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jueves, 13 de agosto de 2015

Había una vez, una joven llamada Amelie - Y comieron perdices y murieron felices



Queen Adreena - Pretty Like Drugs


-Ni siquiera intentes mirarme.
-Nadie lo hará.

Nadie lograba descifrarla, así fue siempre. Una historia triste siempre comienza con la historia triste de alguien más.

- Vos lo hacías.

Amelie le guiñó un ojo a Nicolás, se dio la vuelta abruptamente y comenzó a caminar con paso firme como si su vida dependiera de la calidad y firmeza de sus pasos. Bajó las escaleras.
¿Qué atemorizaba a la pobre Amelie? Nadie lo sabía a fondo. Nadie lograba descifrarla, así fue siempre. Seducía e intimidaba a un mundo de gente a su alrededor. Parecía no pensar en nada, y pensar en todo a la misma vez. El mechón de pelo color azulado caía sobre su ojo derecho, en un intento inconsciente de ocultar su rostro. Le gustaba el sonido de pisadas sobre la nieve, el color violeta, las historias de terror, los días de lluvia, los chicos que le sonríen mucho y masturbarse escuchando música. Era una joven perdida, que de momento a momento pensaba haberse encontrado. Con una lágrima atrapada en el lagrimal, seguía caminando con la vista borrosa, sin interrupción. 
Amelie no pedía tales cosas como en las películas.

¿Qué merecía, entonces,  la pobre Amelie?

No hacía otra cosa que pensar en aquello mientras caminaba rumbo a su departamento. Una mosca le había zumbado en el oído hoy, o mejor dicho, un idiota buscaba desesperadamente su vagina. Lloraba porque se amaba, por más difícil que sea de entender. El suicidio no se encuentra como opción entre los que se aman y odian a los demás. Todo lo contrario. 

¿Porqué Amelie ha pegado la vuelta y ha decidio volver a la casa de Nicolás?

Amelia había estado sentada en la misma posición, mirando a través de la misma ventana y con la misma expresión hacía quién sabe cuánto. Fumaba un cigarro, o mejor dicho, lo sostenía, ya que le había dado una sola calada y se podía observar la ceniza acilindrada, acumulada sin haber caído como si fuese el esqueleto del mismo. De vez en cuando el cigarro ardía con mayor intensidad y la ceniza caía como polvo de hadas sobre la mesa. No se sabe si Amelia habría pestañeado durante todo ese tiempo.  Las pestañas que cubrían sus ojos abiertos y profundos eran muy espesas, resaltando el color verde pino de éstos. Sostenía el cigarro con la mano del brazo con la que se apoyaba sobre la mesa. Su cabellera negra y corta brillaba de tal forma que si algún espectador se acomodara desde algún ángulo especial, podría ver una porción de su cabello de un color blanquecino. Ella tenía las piernas sensualmente cruzadas y movía el pie que no se encontraba superpuesto de vez en cuando, con un cierto ritmo.
Despertó de su trance, luego de haberse encontrado recordando el suceso de la noche anterior. Acercó el cigarro a sus labios, le dio una calada y se rio con una sonrisa torcida. Amelia estaba satisfecha consigo misma esa mañana.